martes, 15 de enero de 2013

Influencias

Jacob lucha con el ángel, Rembrandt, 1659, Gemaldegalerie, Berlin DE







A lo largo del día, nos parece que estuviéramos rodeados por cientos de cosas que deberíamos atender.  Nos levantamos, y mientras nos preparamos un café para el desayuno, revisamos ya si “tenemos todo lo necesario” para el almuerzo y la cena del día.  Quizás, hasta recordemos que tenemos que hacer esa llamada para planear una salida el fin de semana, aún cuando hoy solo sea lunes...



Desayunando, podemos enterarnos ya de lo que sucede en el mundo; un mundo que, a diferencia de lo que ocurría hace cien años, ya no se limita al barrio en el que vivimos, sino a la Tierra entera: a epidemias peligrosas en lugares que distan miles de kilómetros, terremotos que destruyen lugares que no estamos muy seguros de dónde quedan con precisión, actos de gobierno sobre los que “debemos” opinar sin tener siquiera idea ni información  sobre cómo y para qué deben hacerse.



Un llamado telefónico puede invitarnos a que ocupemos la mente en “ese dolorcito ahí” que le apareció a alguna tía, sobre el que podemos meditar durante el viaje a la oficina como algo muy importante para nosotros, que luego olvidaremos por completo durante nuestras horas de trabajo, seguramente dedicadas a elaborar proyectos y resolver problemas de nuestro empleador, matizadas por ocasionales conversaciones sobre las novedades deportivas, o la vida privada de los compañeros de trabajo, vida que, en realidad conocemos superficialmente, como se nos hace visible cuando, en alguna reunión efectuada para celebrar algo, descubrimos que García canta bien o que Susana toca el piano... cosas que no tienen mucho que ver con ser ascensorista o secretaria, que es lo único que sabíamos de ellos hasta entonces.



Estos cientos de cosas, de las cuales solo damos unos pocos ejemplos como introducción, no son “malas” ni se pretende decir que debamos desentendernos de ellas.  Sin embargo, todas tienen un carácter común si las analizamos desde el punto de vista de a qué parte de nosotros le interesan.



Revisando los ejemplos, a la parte instintiva le cabe ocuparse de alimentarse, de estar bien de salud -sea propia o de los seres queridos-, de asegurarse que esta no peligre si avanza una epidemia ni que nos sorprenda un terremoto destructivo y, puesto que está muy bien conseguir un ingreso que permita atender nuestras necesidades de alimento y salud, es bueno dedicarse a desarrollar proyectos y ocuparse de problemas ajenos para conseguirlo.



Las charlas ocasionales sobre deportes o la vida privada de compañeros bien pueden satisfacer a nuestra parte emocional, así como las reuniones donde podemos descubrir aspectos insospechados de los compañeros de oficina.



Y nuestra parte intelectual seguramente puede entrenarse con pensamientos acerca de los problemas políticos.



Pero, ¿es este el verdadero propósito de la vida?  ¿Es razonable concebir que entre trillones de galaxias y billones de seres vivos, el motivo de la vida de cada individuo sea este?



Gurdjieff y Ouspensky le enseñaron a Occidente que todos estos múltiples intereses se pueden agrupar bajo el título de influencias A, cuyo origen está en las cosas del mundo y cuya manifestación es parte del funcionamiento mecánico de este mismo mundo.



Sin embargo, el uso que ejemplificamos para nuestra parte emocional hace ver que no son esas, justamente, las emociones más profundas que podamos experimentar.  El palpitar del corazón con el primer beso, con el nacimiento de un hijo, con la congoja frente a la partida de un amigo, son ejemplos comunes que superan este grado de emotividad.  Son ejemplos de emociones que, aún derivadas de experiencias comunes de lo que acabamos de llamar influencias A, dejan un recuerdo imborrable.



Y cuando se crea memoria, nos decían los citados maestros, es porque nuestro verdadero ser participa de la experiencia.



Nizami: Todo recuerdo ha dejado su rastro en mí, permanece

para siempre como si fuera parte de mí.



Pero en la vida no da suficientes oportunidades para que un hecho externo cree memoria, para que este hecho evoque la presencia de quienes somos de verdad. Esta presencia debe crearse con intención, y es así que el mundo contiene una clase distinta de influencias, destinadas a suplir esa falta de intencionalidad que caracteriza al hombre común, en lo que se refiere a darse el choque necesario para hacer que aflore su Ser real



Dentro de estas influencias están el la pintura, la escultura, la música, la filosofía, las religiones, la danza, el arte en general: eso a lo que Gurdjieff llamara las influencias B, cuyo origen es consciente, proviene de seres superiores, pero que está en el mundo con el solo propósito de agregar sucesos con los cuales el corazón pueda experimentar emociones que evoquen la presencia del Ser verdadero en nosotros, y de diseminar señales de la verdad.  Ese es su propósito y se queda en eso.  Sembrada en el mundo por seres conscientes, pero lanzada dentro del su funcionamiento alocado, no se puede esperar de ella más que lo dicho: que genere emociones y pensamientos más elevados.



No todas estas influencias se quedan en la clasificación que hemos ensayado.  En el mundo moderno, se puede esperar que alguien obtenga emociones capaces de evocar su presencia de cosas tan poco ortodoxas como actos masivos, conciertos de música popular, etc.  Siendo el fin de la influencia B transmitir la verdad, pero también generar una oportunidad para elevar el nivel de la emotividad del individuo, se puede esperar que esto también sea eficiente al principio.



El enorme crecimiento del consumo de esta influencia en el mundo moderno nos habla de que estos seres superiores nos invitan permanentemente a interesarnos por cosas que permitan que el Ser aflore.  Nada está oculto, pero, en esta materia, todo se manifiesta mezclado, de manera que, cuando el corazón sienta que ha encontrado una pista de la verdad, deba trabajar para separar la paja del trigo y aprender a valorar correctamente qué le es útil para su meta.  Si alguien entre muchos comienza a valorar los breves estados producidos gracias a la existencia de la influencia de clase B, esta tiene justificada en su existencia: alguien que empieza a valorar un estado, tal vez esté listo para el paso siguiente.



Rumi: Evita los pensamientos complicados; la explicación

está en los mundos superiores.



Los maestros nos han dicho que cuando un hombre comienza a tratar de hacer este trabajo, puede aparecer una nueva clase de influencia superior que trabaje directamente con él.  Y también nos han dicho que no hay garantías.  Esta contradicción es, quizás, una nueva ayuda desde lo superior.  Un aforismo dice que “cuando el discípulo está listo, el maestro aparece,” pero nuestro ser ordinario no puede saber si estamos listos, por lo cual siempre creerá estarlo...  Una pista a seguir será la de buscar lo más verdadero en nosotros.  Aquello que, de niños, nos conmovía.  Así, con suerte, quizás podamos hacernos oír...



Textos tibetanos: El alumno debe recuperar el estado de niño que ha perdido.

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martes, 1 de enero de 2013

Recuerdo de sí, boletín de enero de 2013


Enero de 2013




















 El significado interno



Cuando examinamos nuestra herencia cultural, particularmente en la literatura y las artes visuales, muchas de las grandes obras de la humanidad –las obras de Shakespeare, las historias bíblicas, los mitos griegos, los poemas de los sufis– pueden parecer enigmáticos, sin sentido o hasta banales, si miramos el sentido externo del arte. Y sin embargo parecen poseer una grandeza inconmensurable con su contenido aparente. Nos jalan de la manga. Seguramente estas grandes, nobles obras, tienen más que decirnos.

Estamos, por supuesto, familiarizados con la idea de la alegoría y la metáfora en la literatura. “Mi amor es como una rosa muy roja.” Si miramos más de cerca, podemos ver que hay otra calidad en algunas obras de arte que nos puede llevar a una experiencia más profunda, una que no sea explicable de inmediato en el nivel lógico de una pintura, una obra o un poema.

Entonces, demos un salto de fe y asumamos que las eternas obras de Shakespeare están escritas por un ser consciente con un mensaje sobre el despertar para la humanidad. Cuando el Bardo dice: “Ser o no ser, esa es la cuestión,” ¿qué quiere decir con su cita más usada, pero menos entendida de Hamlet? Si la reformulamos en términos del Cuarto Camino como: “Estar presente y por lo tanto existir, o estar dormido y no existir, esa es la cuestión,” entonces el significado surge de inmediato para quienes trabajen con ideas esotéricas. Es el tema fundamental –quizás el único– en el juego maestro de la evolución consciente. ¡No asombra que la cita sea tan famosa!

Si consideramos el castillo de Macbeth, no como una construcción ficticia en Escocia, sino como un mapa de los elementos internos en guerra de un ser humano que está comenzando a verse y desea despertar, entonces el significado interno de la obra también comienza a desplegarse.

Las religiones también parece que tienen, además del significado externo, un significado interno que necesita ayuda exterior antes de que se la pueda reconocer. ¿Qué tal si Moisés simbolizara el mayordomo, la parte más alta de la máquina humana, la parte que desea promover el despertar? Esa interpretación explicaría por qué Moisés conducía a los israelitas (los pensamientos que deseaban la consciencia) cruzando el Mar Rojo de la imaginación o el sueño hacia Israel, la Tierra Prometida (la presencia, Dios).  También explicaría por qué Moisés podía vigilar la Tierra Prometida pero no entrar, ya que la consciencia es una propiedad de los centros superiores, no de la máquina.

Desde este punto de vista comenzamos a ver que los conceptos de guerra santa o de peregrinaje han sido trágicamente mal interpretados por aquellos que solo toman el significado literal. Nadie, por ejemplo, parece recordar que Mahoma dijo: “La verdadera jihad es interior.”

Cuando Rumi dice: “¿Pero por qué querría cualquier alma en este mundo escaparse de la Amada?” ¿Solo habla del amor erótico o emotivo por otro ser humano, o este gran ser espiritual está hablando de unirse con su propio Ser superior?

¿O cuando Omar Khayyám habla de los placeres del vino, está hablando del gozo de la embriaguez?

Y últimamente, por la Puerta de la Taberna, abierta de par en par,
llegó sigilosa desde la Oscuridad una Forma Angelical
que llevaba una Vasija sobre su Hombro, y
me ofreció un trago; y era... ¡la Uva!”

No. En especial cuando ese pasaje conduce a unas líneas profundas, aunque inicialmente opacas, como:

“El poderoso Mahmúd, el Señor victorioso,
que a toda esta horda de incrédulos y negros,
de Temores y Penas que infectan el Alma,
desparrama y mata con su Espada encantada.”

Parece que los sufis con valentía eligieran el vino para simbolizar los estados superiores que buscaban: la presencia de Dios. “Con valentía” porque el vino, o estaba prohibido o hacía fruncir el ceño a los practicantes de su religión. Y es Mahmúd, como Moisés, el mayordomo una vez más: el héroe con mil caras que mata esas partes de nosotros que se oponen al despertar.

Cuando, la noche antes de su arresto, Cristo oraba mientras que sus discípulos “dormían,” ¿se supone seriamente que pensemos que sus seguidores estaban durmiendo la siesta en uno de los episodios más cargados de emoción en la historia de la espiritualidad? Sin embargo podemos comprender, al haber hecho nuestros propios esfuerzos para recordarnos, que aún en el momento de desesperación de su maestro, sus estudiantes no fueran capaces de unírsele, de estar conscientes como él.

Parece que, con la llegada de la enseñanza de Gurdjieff a principios del siglo XX, los conceptos de “consciencia,” “presencia” o “recuerdo de sí” se volvieron más abiertamente disponibles para el mundo. Antes solo habían sido aludidos o representados por símbolos, con frecuencia en cuentos de hadas, mitos o parábolas ampliamente conocidas. La pregunta surge, entonces: “¿Por qué molestarnos en velar el significado, cuando se lo podría describir o presentar como es de veras? Parece haber varias razones posibles para esto.

Los cuentos u obras presentadas como una narración emocionalmente cargada son fáciles de recordar, disfrutar y repetir y muchos han soportado la prueba del tiempo. Entonces han tenido la oportunidad de filtrarse en nuestra consciencia y su mensaje puede conectarse, gradualmente, con algo muy dentro de nosotros que anhela el despertar espiritual.

Además, los símbolos o mitos le pueden hablar a las partes superiores de nosotros y esquivar las limitaciones del intelecto, que se caracteriza por el pensamiento opositor y que está orgulloso de su capacidad para debatir y analizar. El intelecto rechaza y diluye las ideas esotéricas con la lógica y relativizándolas. El significado interno es el alimento para un mundo interior donde las ideas y las impresiones no se toman literalmente, sino que se reciben directamente, sin filtros, como las reciben los niños.

Tal vez en dicho de “arrojar margaritas a los cerdos” signifique que, si el conocimiento se presentara a esas partes dentro de nosotros que no están interesadas en la evolución espiritual, sería desperdiciado o perdido.

Al usar las “claves” del Cuarto Camino, un montón del arte del más profundo y perdurable del mundo revela mensajes esotéricos diseñados para contribuir al despertar de las generaciones futuras. Si estamos dispuestos a dejar atrás nuestros hábitos de interpretación aprendidos, estas obras saltan a la vida y las podemos disfrutar de una nueva manera que impulse nuestro desarrollo espiritual.

Alan B.


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