martes, 17 de julio de 2012

EL ESTADO DEL HOMBRE


Gurdjieff trajo a occidente, a principios del siglo XX, un sistema que contenía enseñanzas de distintas tradiciones que existieron a lo largo de la historia humana.  Luego se le sumó Ouspensky, su discípulo más avanzado, para completar de darle un contenido que pudiera ser digerido por hombres de la naciente sociedad industrial moderna.  A este sistema lo denominaron “cuarto camino.”  Por supuesto, este sistema era fragmentario, como el propio Ouspensky lo reconoce en sus escritos.[1]

En estas enseñanzas se presenta al hombre como una máquina de producir energía de diferente calidad, tal cual lo hace una refinería de petróleo que, alimentada con ese material, lo transforma en combustibles de distinta densidad, desde la brea hasta la nafta de aviación y los solventes. 

Esta refinería humana recibe tres clases de alimentos diferentes: la comida sólida y líquida, el aire y las impresiones de los sentidos, y todas ellas permiten ser refinadas para proveer los distintos combustibles que esta máquina requiere para funcionar.

Una característica de esa máquina en su estado natural es que no tiene unidad, sino que, a cada respiración, produce un nuevo pensamiento capaz de arrastrar a todas las partes del hombre a acciones diferentes.  En un momento el hombre siente que tiene hambre y se pone a cocinar, al momento siguiente pasa a leer el diario esperando que se caliente el agua en la olla, en otro momento más aún recuerda que debe llamar a alguien por teléfono, etc...
Los muchos 'yoes' ilustrados en una tapa
de la revista  The Newyorker.

Esta situación está ilustrada perfectamente en un dibujo publicado por la revista “The Newyorker,” que muestra cómo los pasajeros de un tren subterráneo tienen, cada uno, un pensamiento o 'yo,' con el vocabulario habitual del cuarto camino.  Por supuesto, este dibujo es una foto de un momento dado y, en la eventualidad de tener una fotografía del momento siguiente, cada uno habría cambiado de pensamiento.

A este cuerpo físico, que Gurdjieff y Ouspensky llamaron máquina, otras tradiciones llamaron el ser inferior.  Y esta máquina o ser inferior se conforma con los muchos ‘yoes’ que cambian con cada respiración.

El sistema dice, entonces, que el hombre es una máquina.  ¿De qué tipo?  Del tipo de estímulo-respuesta.  Cada estímulo provoca asociaciones con otros momentos, con reacciones de otros a momentos similares que nos parecieron buenas, con lo que se espera de nosotros, etc., lo que causa que sea casi imposible no responder a él.

El hombre no puede, comúnmente, liberarse de sus reacciones mecánicas porque desde que nace crea, ayudado desde el exterior,  conductas y reacciones programadas que evitan que pueda darse cuenta de la existencia de otras posibilidades, por lo que estas conductas actúan como verdaderos obstáculos:[2]


Pone todo su ser, toda su atención en lo que lo ocupa a cada momento, con lo que lo identifica; su razonamiento y hasta sus emociones están programadas para seguir patrones lógicos, formatorios; esta actitud de olvido de sí mismo hace que elija imaginar ser lo que no es, atribuyéndose poderes y facultades inexistentes en él; cuando da rienda suelta a sus emociones se descontrola y expresa negatividad; ocupa su tiempo en hablar innecesariamente, muchas veces de temas que no conoce y otras de temas que no vale la pena conocer.  En resumen, se forma una personalidad que no le pertenece, que es falsa y a la que considera en todo momento como su verdadera naturaleza.

No todo es falso en él, sin embargo: tiene un cuerpo que, entre otros factores, responde a la manera en que funcionan sus glándulas endocrinas que parecen ajustarse en su funcionamiento a los aspectos planetarios vigentes en los momentos de su concepción y de su nacimiento.[3],[4]



Así, el tipo lunar se manifiesta según el predominio del páncreas y la luna, el venusino sigue los dictados de su paratiroides ajustada a Venus, el mercurial los de su tiroides relacionada con Mercurio, el saturnino los de la hipófisis posterior, gobernada por Saturno, el marcial los de sus suprarrenales, dominadas por el movimiento de Marte, el jovial los de la hipófisis posterior dominada por Júpiter y el tipo solar los dictados de su timo, directamente relacionado con el mismo Sol.

Este predominio planetario, manifestándose a través de sus hormonas secretadas por las glándulas le da una parte muy real.  De un modo, define una gran parte de su esencia, lo que es su cuerpo en realidad.  Pues aunque un automóvil y un lavarropas pueden considerarse máquinas, no son, en modo alguno, máquinas iguales.  Sus capacidades son distintas y, en todo caso, parte del trabajo es ver qué es real en cada uno, y qué es solo imaginación.

Esta parte real le otorga ciertos rasgos definidos que, si se limpian de su control por parte del ser inferior, pueden volverse virtudes para el trabajo interior.[5]


Cada rasgo tiene su contrapartida, y esta aparece con esfuerzo: la ingenuidad puede volverse buena fe en los demás, el vagabundo una correcta valoración de lo superficial, el miedo prudencia, la no existencia una correcta separación de lo accesorio, la avaricia valoración de lo necesario, la obstinación perseverancia, la vanidad una apreciación del propio valor y el poder y el dominio una capacidad de acción y de organización.

También cada ser humano tiene cuatro centros o cerebros inferiores, uno de los cuales es el que más funciona en él y, por eso, constituye su centro de gravedad, el qué más funciona en él y el que más tiende a consumir la energía disponible que, de tener equilibrado el uso de estos centros, cada uno para lo que es útil, podría distribuir de manera de permitir que también se alimentara lo superior en él.[6]


Las cartas de juego pueden usarse para representar estos centros.  Cada uno de los palos  representa a uno de ellos: los tréboles al centro instintivo, las picas al  centro motor.  Hasta aquí las cartas negras, que muestran los centros compartidos con los animales.  Luego, las cartas rojas muestran los centros humanos: los diamantes al centro intelectual y los corazones al centro emocional. Luego, los dos comodines del mazo (o bufones), representan al centro intelectual superior y emocional  superior, que en todos funcionan pero que el desorden de los muchos ‘yoes’ impide escuchar.

Esta idea se puede extender analizando lo que representa cada figura en el mazo, y hasta el significado de los números en cada palo.  Ya habrá oportunidad, quizás para hacerlo.  Pero en esta breve reseña del funcionamiento de la máquina humana, queda por presentar solo la idea de que dos reyes se enfrentan en un combate si uno de ellos permite que el otro crezca más allá de cierta medida:
Ramsés III entre Horus, a su
derecha y Seth a su izquierda
(Museo Egipcio del Cairo)
Ramsés, que acá representa al hombre en el que el rey de corazones ha crecido para evitar ser completamente eliminado de la escena, como es el caso de millones de hombres, se ve ayudado por Horus, a su derecha, en tanto que Seth –el rey de tréboles– le susurra muchos ‘yoes’ desde la izquierda.

La vida del hombre cuyo centro emocional madura lo suficiente, permite que aparezca esta oportunidad de luchar interiormente.  Pero para esta oportunidad aparezca el hombre debe contar con factores que, paradójicamente están más allá de su control: suerte y ayuda exterior.
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[1] Por ejemplo, una de sus obras se llama “En busca de lo milagroso – Fragmentos de una enseñanza desconocida.”
[2Ilustración en base a una idea de Judith Thiel seleccionadas entre imágenes de uso público en internet.
[3] Rodney Collin, “The Theory of Celestial Influence” [“La teoría de la influencia celestial”], Ed. Arkana-Penguin, Londres, 1993 – Capítulo XIV.
[4],[5],[6] Ilustraciones en base a una idea de Judith Thiel seleccionadas entre imágenes de uso público en internet.

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