Gurdjieff trajo a
occidente, a principios del siglo XX, un sistema que contenía enseñanzas de
distintas tradiciones que existieron a lo largo de la historia humana. Luego se le sumó Ouspensky, su discípulo más
avanzado, para completar de darle un contenido que pudiera ser digerido por
hombres de la naciente sociedad industrial moderna. A este sistema lo denominaron “cuarto
camino.” Por supuesto, este sistema era
fragmentario, como el propio Ouspensky lo reconoce en sus escritos.[1]
En estas enseñanzas se presenta al hombre como una máquina
de producir energía de diferente calidad, tal cual lo hace una refinería de
petróleo que, alimentada con ese material, lo transforma en combustibles de
distinta densidad, desde la brea hasta la nafta de aviación y los solventes.
Esta refinería humana recibe tres clases de alimentos
diferentes: la comida sólida y líquida, el aire y las impresiones de los
sentidos, y todas ellas permiten ser refinadas para proveer los distintos
combustibles que esta máquina requiere para funcionar.
Una característica de esa máquina en su estado natural es
que no tiene unidad, sino que, a cada respiración, produce un nuevo pensamiento
capaz de arrastrar a todas las partes del hombre a acciones diferentes. En un momento el hombre siente que tiene
hambre y se pone a cocinar, al momento siguiente pasa a leer el diario
esperando que se caliente el agua en la olla, en otro momento más aún recuerda
que debe llamar a alguien por teléfono, etc...
Los muchos 'yoes' ilustrados en una tapa de la revista The Newyorker. |
Esta situación está ilustrada perfectamente en un dibujo
publicado por la revista “The Newyorker,” que muestra cómo los pasajeros de un
tren subterráneo tienen, cada uno, un pensamiento o 'yo,' con el vocabulario habitual del cuarto camino. Por supuesto, este dibujo es una foto de un
momento dado y, en la eventualidad de tener una fotografía del momento
siguiente, cada uno habría cambiado de pensamiento.
A este cuerpo físico, que Gurdjieff y Ouspensky llamaron máquina, otras
tradiciones llamaron el ser inferior. Y esta máquina o ser inferior se conforma con
los muchos ‘yoes’ que cambian con cada respiración.
El sistema dice, entonces, que el hombre es una
máquina. ¿De qué tipo? Del tipo de estímulo-respuesta. Cada estímulo provoca asociaciones con otros
momentos, con reacciones de otros a momentos similares que nos parecieron
buenas, con lo que se espera de nosotros, etc., lo que causa que sea casi
imposible no responder a él.
El hombre no puede, comúnmente, liberarse de sus
reacciones mecánicas porque desde que nace crea, ayudado desde el
exterior, conductas y reacciones
programadas que evitan que pueda darse
cuenta de la existencia de otras posibilidades, por lo que estas conductas actúan
como verdaderos obstáculos:[2]
Pone todo su ser, toda su atención en lo que lo ocupa a cada
momento, con lo que lo identifica; su
razonamiento y hasta sus emociones están programadas para seguir patrones
lógicos, formatorios; esta actitud de
olvido de sí mismo hace que elija imaginar
ser lo que no es, atribuyéndose poderes y facultades inexistentes en él; cuando
da rienda suelta a sus emociones se descontrola y expresa negatividad; ocupa su tiempo en hablar
innecesariamente, muchas veces de temas que no conoce y otras de temas que
no vale la pena conocer. En resumen, se
forma una personalidad que no le
pertenece, que es falsa y a la que
considera en todo momento como su verdadera naturaleza.
Así, el tipo lunar se manifiesta según el predominio del
páncreas y la luna, el venusino sigue los dictados de su paratiroides ajustada
a Venus, el mercurial los de su tiroides relacionada con Mercurio, el saturnino
los de la hipófisis posterior, gobernada por Saturno, el marcial los de sus
suprarrenales, dominadas por el movimiento de Marte, el jovial los de la
hipófisis posterior dominada por Júpiter y el tipo solar los dictados de su
timo, directamente relacionado con el mismo Sol.
Este predominio planetario, manifestándose a través de sus
hormonas secretadas por las glándulas le da una parte muy real. De un modo, define una gran parte de su
esencia, lo que es su cuerpo en realidad. Pues aunque un automóvil y un lavarropas
pueden considerarse máquinas, no son, en modo alguno, máquinas iguales. Sus capacidades son distintas y, en todo
caso, parte del trabajo es ver qué es
real en cada uno, y qué es solo imaginación.
Esta parte real le otorga ciertos rasgos definidos
que, si se limpian de su control por parte del ser inferior, pueden volverse
virtudes para el trabajo interior.[5]
Cada rasgo tiene su contrapartida, y esta aparece con
esfuerzo: la ingenuidad puede volverse buena fe en los demás, el vagabundo una
correcta valoración de lo superficial, el miedo prudencia, la no existencia una
correcta separación de lo accesorio, la avaricia valoración de lo necesario, la
obstinación perseverancia, la vanidad una apreciación del propio valor y el
poder y el dominio una capacidad de acción y de organización.
Las
cartas de juego pueden usarse para representar estos centros. Cada uno de los palos representa a uno de ellos: los tréboles al
centro instintivo, las picas al centro
motor. Hasta aquí las cartas negras, que
muestran los centros compartidos con los animales. Luego, las cartas rojas muestran los centros
humanos: los diamantes al centro intelectual y los corazones al centro
emocional. Luego, los dos comodines del mazo (o bufones), representan al centro
intelectual superior y emocional
superior, que en todos funcionan pero que el desorden de los muchos
‘yoes’ impide escuchar.
Ramsés III entre Horus, a su derecha y Seth a su izquierda (Museo Egipcio del Cairo) |
Ramsés,
que acá representa al hombre en el que el rey de corazones ha crecido para
evitar ser completamente eliminado de la escena, como es el caso de millones de
hombres, se ve ayudado por Horus, a su derecha, en tanto que Seth –el rey de tréboles– le
susurra muchos ‘yoes’ desde la izquierda.
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[1] Por ejemplo, una de sus obras se llama “En busca de lo milagroso – Fragmentos de una enseñanza desconocida.”
[2] Ilustración en base a una idea de Judith Thiel seleccionadas entre imágenes de uso público en internet.
[3] Rodney Collin, “The Theory of Celestial Influence” [“La teoría de la influencia celestial”], Ed. Arkana-Penguin, Londres, 1993 – Capítulo XIV.
[4],[5],[6] Ilustraciones en base a una idea de Judith Thiel seleccionadas entre imágenes de uso público en internet.
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