Puesta
de sol en el Aconcagua, expedición argentina,
uso
educativo, gentileza de Pixabay.com
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ALIMENTOS
PARA EL ALMA – Parte 1
“La luz, el magnetismo y el sonido
constituyen una clara jerarquía de energías características, respectivamente,
de un sol, de un planeta y de la naturaleza. Y estas representan los medios por
los cuales el primero nos provee la vida, el segundo la forma y la tercera las
sensaciones.” Rodney
Collin, Las influencias celestiales
Gurdjieff y Ouspensky enseñaban que el hombre recibe alimentos de distinto tipo, procedentes,
justamente, de distintos mundos:
De la naturaleza recibe
lo que en el mundo se llama “la comida,”
que consiste en ingerir materias orgánicas procedentes de seres vivos, del
reino vegetal y animal que, por supuesto, no permite que se ingieran sin tomar a
cambio la vida que las animaba antes.
De la tierra que habita,
por otra parte, recibe el agua que bebe, verdadera savia que alimenta toda la
vida en el planeta, y también el aire
que respira. Ninguna de las dos cosas
nos requieren tomar la vida para utilizarlas como alimento.
Para el cuarto camino, el
alimento y el agua conforman lo que se llama la primera clase de alimentos, sin
cuya reposición no se puede vivir más que algunas horas sin el deseo físico de
hacerlo, ni sobrevivir más que algunos días si no se satisface ese deseo. El aire que se respira tiene un ritmo
continuo: en tres segundos se respira y la capacidad de abstenerse de respirar rara vez llega al minuto.
Estas dos clases de
alimento se ingieren, se digieren y se eliminan sus restos inútiles de un modo
que forma parte de la mecánica de funcionamiento de un cuerpo humano. El espacio que queda libre para ejercitar
algún tipo de voluntad es muy limitado.
Hay, sin embargo, una
tercera clase de alimentos: las impresiones sensoriales. Estas están allí de manera permanente, y no
hay modo de evitar percibirlas, salvo que se decida no hacerlo por anticipado. Porque si miramos algo, lindo o feo, lo
vemos; si lo olemos, percibimos el aroma, si tocamos algo, sentimos su textura,
etc. Además, siempre hay una impresión posible.
Muy bien se podría decir que la vida consiste en la capacidad de
percibir impresiones sensoriales. Y como la vida que conocemos sería imposible
sin el sol, también las impresiones proceden de él. Además, una impresión
sensorial ni siquiera destruye el objeto que nos las permite tener.
Sin entrar en la
complicada estructura numérica de la tabla de hidrógenos que G. y O.
enseñaran en la primera mitad del siglo
pasado, allí se establece un principio de analogía que es el resumen de toda la explicación: los hidrógenos o energías que
nos alimentan son análogos al mundo interior que buscan estimular:
El alimento corporal
sirve para permitir que la parte más mecánica del organismo, la que compartimos
con todo el reino animal, descomponga lo ingerido para hacer llegar al sistema
circulatorio los nutrientes para los distintos tejidos celulares. Por supuesto que esto ocurre respetando la
ley de octavas, por lo cual una vez hecho esto, la digestión no podría continuar a menos que
recibiera ayuda desde el exterior.
La naturaleza ha previsto
esto, y es la respiración, alimento que busca desarrollarse en el cuerpo para
producir combustible que permita las emociones, la que da esta ayuda. Pero este nuevo alimento, procedente de la
atmósfera de la tierra, también debe ser digerido. En los pulmones se descompone en sus partes
componentes y allí mismo, el oxígeno pasa a la sangre procedente del sistema
digestivo para completar su enriquecimiento.
Con esto, todas las células, todas las funciones del organismo aseguran
que la circulación, al continuar su marcha, pueda tanto recibir la clase de
energía que precisa, como un vehículo para descargar los residuos de la
digestión individual de cada célula para que los mismos corpúsculos sanguíneos
lo lleven a las partes del organismo que se encargan de excretar estos
residuos.
Pero como hemos dicho,
las impresiones sensoriales son una
tercera clase de alimento. Como tal,
también deben digerirse si ingresan, eliminando sus residuos. Pero allí, la naturaleza no ha provisto
ningún dispositivo mecánico que ayude a su digestión.
Un paisaje natural, una
artesanía, una pintura, una escultura, un música, una danza, cualquier sonido,
sabor, impresión táctil, aroma, un
dolor, una sensación, nos agraden o nos desagraden, solo provocan una o varias
respuestas automáticas, donde nuestra atención no actúa de manera
intencional. Cada centro responde al
estímulo externo a su modo: huyendo del dolor, quejándose, comentando el
evento, sintiendo agrado o rechazo. Entonces,
la digestión de esta impresión no ocurre.
Muchas veces, ni siquiera notamos la impresión, puesto que estamos
ocupados “atendiendo otros asuntos,” por lo general imaginarios ya que no existen en el momento presente
al que tenemos derecho a acceder. Asuntos que por lo general se relacionan con
hechos del pasado o el futuro (“Él me dijo…” “Le voy a decir…” etc.)
Quien sea capaz de
observarse por un momento, verá que esto sucede. Y con ello, que perdemos la oportunidad de
absorber y digerir las impresiones que nos rodean. Esto merece mayor
explicación, que será motivo de una segunda parte. Sin embargo, la clave de esta futura
explicación la da la enigmática cita que cierra este artículo:
“Si los cuerpos celulares son, en principio, libres
en el mundo celular de la naturaleza y los cuerpos moleculares son libres en el
mundo molecular de la tierra, por analogía los cuerpos electrónicos serían
libres en el mundo electrónico.”
Rodney Collin, Teoría de la vida eterna
Continuará…
Hugo F.
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