La palabra “Dioses” es una
mera convención. No tiene nada que ver con el politeísmo al cual las religiones
monoteístas condenan y al que indirectamente promueven al estimular el culto de
los personajes secundarios de sus tradiciones respectivas, como los santos y
demás.
Todas las tradiciones
espirituales coinciden en algo: entre el hombre y el Absoluto existen infinidad
de seres inteligentes, desencarnados y luminosos, encargados de atender los
asuntos de las dimensiones más bajas. Podemos llamarlos ángeles, dioses, seres
de luz, Influencia C (influencia celeste), etc.
La manifestación de uno o
varios seres de luz en la vida ordinaria de una persona es un acontecimiento
trascendente, aunque por sí solo no indica que se ha alcanzado la transformación. Pero
no deja de ser una buena señal. Una maravillosa señal.
Numerosos seres concientes a
lo largo de la historia han gozado de estas visiones: Apolonio de Tyana, Don
Bosco, Goethe y tantísimos otros. Cuando Walt Whitman escribía “Una esfera desconocida, más real que la que
soñé, dispara sobre mí rayos que despiertan…” no estaba utilizando una
metáfora. Estaba describiendo una experiencia real.
Por otra parte, infinidad de
seres humanos no han gozado de estas visiones, y aún así han alcanzado la
transformación, como le pasó a Abraham Lincoln, de quien se dice que se dio
cuenta que era un Ser Conciente recién después de muerto. Un monje del Monte
Athos dijo: “El que se ha visto a sí
mismo es más grande que el que ha visto a los ángeles.”
Los que han visto ángeles
tienen la obligación de dar testimonio de su existencia. Y los que no los han
visto tienen la obligación de dar testimonio de que no es preciso ver ángeles
para alcanzar la transformación.
Los Seres Concientes
desencarnados se manifiestan tanto de forma sutil como contundente. Cuando lo
hacen en forma sutil, por ejemplo, arreglan acontecimientos inesperados,
introducen pensamientos en nuestras mentes que nos guían en determinada
dirección, nos hacen voltear la cabeza hacia un letrero, un dibujo o hacia la
patente de un auto que nos sugiere la respuesta de lo que buscamos, etc. Otra
de sus formas favoritas es dándonos una lección o una enseñanza utilizando como
instrumento a personas de nuestro desagrado.
¿Y qué hay en cuanto a su
manifestación visible y directa? Vivimos en una era que reclama pruebas, hechos
concretos, cosas tangibles. Una persona que ha sido formada por esta tecno-era
tiene tanto anhelo de trascendencia como cualquier campesino del Medioevo. Y
usualmente esta necesidad esencial se manifiesta mediante reclamos fenoménicos.
Ejemplos típicos: chispas de luces en lugares cerrados (de variados colores,
muchos de los cuales no existen en el espectro visible), relámpagos y estrellas
fugaces dentro de un cuarto cerrado, especies de insectos luminosos que
interactúan con las personas. Cuando dichas luces se manifiestan al momento de
leer un escrito de un Ser Conciente, hay razones suficientes para suponer que
se trata de él. Las manifestaciones bajo la forma física que dichos seres
tuvieron en vida usualmente suceden cuando tenemos terceros estados en sueños.
También, conectándonos con las obras que los Seres Concientes han dejado,
atraemos su ayuda, y hasta su Presencia, que puede tomar forma visible o no.
Los dioses son el mayor
estímulo que un ser humano puede tener en su vida. Nada se compara con ello. Ni
siquiera el amor de una mujer.
Ser un simple instrumento,
tal como un caballo o un auto lo es para el hombre, para servir al Plan Divino,
es la mayor alegría que un ser humano puede experimentar en este desdichado
planeta.
Adrián M.
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