Jacob lucha con el ángel, Rembrandt, 1659, Gemaldegalerie, Berlin DE |
A lo largo del día, nos parece que estuviéramos rodeados por
cientos de cosas que deberíamos atender.
Nos levantamos, y mientras nos preparamos un café para el desayuno,
revisamos ya si “tenemos todo lo necesario” para el almuerzo y la cena del
día. Quizás, hasta recordemos que
tenemos que hacer esa llamada para planear una salida el fin de semana, aún
cuando hoy solo sea lunes...
Desayunando, podemos enterarnos ya de lo que sucede en el
mundo; un mundo que, a diferencia de lo que ocurría hace cien años, ya no se
limita al barrio en el que vivimos, sino a la Tierra entera: a epidemias peligrosas en lugares
que distan miles de kilómetros, terremotos que destruyen lugares que no estamos
muy seguros de dónde quedan con precisión, actos de gobierno sobre los que
“debemos” opinar sin tener siquiera idea ni información sobre cómo y para qué deben hacerse.
Un llamado telefónico puede invitarnos a que ocupemos la
mente en “ese dolorcito ahí” que le apareció a alguna tía, sobre el que podemos
meditar durante el viaje a la oficina como algo muy importante para nosotros,
que luego olvidaremos por completo durante nuestras horas de trabajo,
seguramente dedicadas a elaborar proyectos y resolver problemas de nuestro
empleador, matizadas por ocasionales conversaciones sobre las novedades
deportivas, o la vida privada de los compañeros de trabajo, vida que, en
realidad conocemos superficialmente, como se nos hace visible cuando, en alguna
reunión efectuada para celebrar algo, descubrimos que García canta bien o que
Susana toca el piano... cosas que no tienen mucho que ver con ser ascensorista
o secretaria, que es lo único que sabíamos de ellos hasta entonces.
Estos cientos de cosas, de las cuales solo damos unos pocos
ejemplos como introducción, no son “malas” ni se pretende decir que debamos
desentendernos de ellas. Sin embargo,
todas tienen un carácter común si las analizamos desde el punto de vista de a qué parte de nosotros le interesan.
Revisando los ejemplos, a la parte instintiva le cabe
ocuparse de alimentarse, de estar bien de salud -sea propia o de los seres
queridos-, de asegurarse que esta no peligre si avanza una epidemia ni que nos
sorprenda un terremoto destructivo y, puesto que está muy bien conseguir un
ingreso que permita atender nuestras necesidades de alimento y salud, es bueno
dedicarse a desarrollar proyectos y ocuparse de problemas ajenos para conseguirlo.
Las charlas ocasionales sobre deportes o la vida privada de
compañeros bien pueden satisfacer a nuestra parte emocional, así como las
reuniones donde podemos descubrir aspectos insospechados de los compañeros de
oficina.
Y nuestra parte intelectual seguramente puede entrenarse con
pensamientos acerca de los problemas políticos.
Pero, ¿es este el verdadero propósito de la vida? ¿Es razonable concebir que entre trillones de
galaxias y billones de seres vivos, el motivo de la vida de cada individuo sea
este?
Gurdjieff
y Ouspensky le enseñaron a Occidente que todos estos múltiples intereses se
pueden agrupar bajo el título de influencias A, cuyo origen está en las cosas
del mundo y cuya manifestación es parte del funcionamiento mecánico de este
mismo mundo.
Sin embargo, el uso que ejemplificamos para nuestra parte
emocional hace ver que no son esas, justamente, las emociones más profundas que
podamos experimentar. El palpitar del
corazón con el primer beso, con el nacimiento de un hijo, con la congoja frente
a la partida de un amigo, son ejemplos comunes que superan este grado de emotividad. Son ejemplos de emociones que, aún derivadas
de experiencias comunes de lo que acabamos de llamar influencias A, dejan un
recuerdo imborrable.
Y cuando se crea memoria, nos decían los citados maestros,
es porque nuestro verdadero ser participa de la experiencia.
Nizami:
Todo recuerdo ha dejado su rastro en mí, permanece
para siempre como si
fuera parte de mí.
Pero en la vida no da suficientes oportunidades para que un
hecho externo cree memoria, para que este hecho evoque la presencia de quienes
somos de verdad. Esta presencia debe crearse con intención, y es así que el
mundo contiene una clase distinta de influencias, destinadas a suplir esa falta
de intencionalidad que caracteriza al hombre común, en lo que se refiere a darse el choque necesario para hacer que aflore su Ser real.
Dentro de estas influencias están el la pintura, la
escultura, la música, la filosofía, las religiones, la danza, el arte en
general: eso a lo que Gurdjieff llamara las influencias B, cuyo origen es
consciente, proviene de seres superiores, pero que está en el mundo con el solo
propósito de agregar sucesos con los cuales el corazón pueda experimentar
emociones que evoquen la presencia del Ser verdadero en nosotros, y de diseminar
señales de la verdad. Ese es su
propósito y se queda en eso.
Sembrada en el mundo por seres conscientes, pero lanzada dentro del su
funcionamiento alocado, no se puede esperar de ella más que lo dicho: que
genere emociones y pensamientos más elevados.
No todas estas influencias se quedan en la clasificación que
hemos ensayado. En el mundo moderno, se
puede esperar que alguien obtenga emociones capaces de evocar su presencia de
cosas tan poco ortodoxas como actos masivos, conciertos de música popular,
etc. Siendo el fin de la influencia B
transmitir la verdad, pero también generar una oportunidad para elevar el nivel
de la emotividad del individuo, se puede esperar que esto también sea eficiente
al principio.
El enorme crecimiento del consumo de esta influencia en el
mundo moderno nos habla de que estos seres superiores nos invitan
permanentemente a interesarnos por cosas que permitan que el Ser aflore. Nada está oculto, pero, en esta materia,
todo se manifiesta mezclado, de manera que, cuando el corazón sienta que ha
encontrado una pista de la verdad, deba trabajar para separar la paja del trigo
y aprender a valorar correctamente qué le es útil para su meta. Si alguien entre muchos comienza a valorar
los breves estados producidos gracias a la existencia de la influencia de clase
B, esta tiene justificada en su existencia: alguien que empieza a valorar un
estado, tal vez esté listo para el paso siguiente.
Rumi:
Evita los pensamientos complicados; la explicación
está en los mundos
superiores.
Los maestros nos han dicho que cuando un hombre comienza a
tratar de hacer este trabajo, puede aparecer una nueva clase de influencia
superior que trabaje directamente con él.
Y también nos han dicho que no hay garantías. Esta contradicción es, quizás, una nueva
ayuda desde lo superior. Un aforismo dice que “cuando el
discípulo está listo, el maestro aparece,” pero nuestro ser ordinario no puede
saber si estamos listos, por lo cual siempre creerá estarlo... Una pista a seguir será la de buscar lo más
verdadero en nosotros. Aquello que, de
niños, nos conmovía. Así, con suerte,
quizás podamos hacernos oír...
Textos
tibetanos: El alumno debe recuperar el estado de niño que ha perdido.
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