Alegoría de la pasión, Hans
Hollbein el joven, ca. 1532-35,
Getty Center LA, imagen del dominio público
de WikimediaCommons
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“No
seas el jinete que galopa toda la noche y que nunca ve
el caballo que está debajo de él.”
Rumi
En
nuestro estado común somos controlados por las pasiones. En tanto cada momento
nuevo traiga nuevos pensamientos, emociones y sensaciones según
respondamos de modo automático al último estímulo externo o interno, no puede ser
distinto. De manera que la alegoría de este primer jinete es muy exacta: el
hombre es esclavo de sus pasiones.
Gurdjieff
destaca que los centros de la maquinaria humana pueden trabajar sin atención,
con atención atraída desde afuera o con atención dirigida intencionalmente desde
adentro, lo que requiere esfuerzo y voluntad de concentración.
Dado
que un hombre casi siempre está ocupado haciendo cosas habituales como caminar,
sentarse, pararse, hablar con otros de los mismos temas y en el mismo idioma,
preparar las mismas comidas, no tiene, casi, oportunidades de que su vida le
ofrezca, desde afuera, oportunidades de prestar atención a lo que hace en cada
momento, ya que para todas esas tareas ya aprendidas tiene una parte que ya
sabe cómo hacerlas sin atención. Si el lector duda de esto, piense solo qué
significaría tener que planear cada paso de una caminata por la acera como si
tuviera que atender como cuando debe cruzar una calle céntrica cuando las luces
de tránsito no funcionan…
A
veces, sin embargo, algo llama la atención del hombre (o la mujer) en el
entorno que los rodea. La aparición repentina de una persona que le gusta, una
noticia en los medios, un nuevo descubrimiento científico, el encuentro con un
nuevo libro de un escritor favorito, una noticia deportiva y sus comentarios, y
cualquier cosa poco habitual e inesperada que ocurra, activan la atención. Por
supuesto, aunque en los ejemplos dados se sugieren emociones agradables
implícitas en estos eventos, malas noticias o encuentros desagradables hacen lo
mismo con el nivel de atención. Sin embargo, esta atención, cualquiera fuera su
motivo, está sujeta a un impulso que tiende a agotarse pronto; generalmente,
con la primera novedad de otro tipo que aparezca en el entorno.
Queda,
entonces, solo la atención dirigida con intención. Si bien el cuarto camino no
reconoce que el hombre común tenga
suficiente voluntad, tiene bastante capacidad para dirigir su atención
al tema que le interese. Un ejemplo se ve en los esfuerzos sostenidos de un
bebé por aprender a caminar, en los esfuerzos sostenidos de un niño por
aprender a andar en bicicleta, en los esfuerzos de un joven por aprender
materias que le resulten de interés, en los de un estudiante de danzas o arte por
aprender a bailar, pintar, esculpir o
tocar un instrumento musical, en los de un científico para aprender su rama de
la ciencia y hasta otras ciencias complementarias que le resulten necesarias
para un proyecto que le interesa, y tantos otros ejemplos.
Es
así que, como en la inmensa mayoría de las veces la vida brinda oportunidades sin
esfuerzos para no prestar atención a lo que se hace, o bien para que sean los
eventos externos los que reclamen la atención, se puede ver con claridad que la
imagen del caballo sin arreos es muy adecuada para representar la situación más
común de la humanidad.
“El carro de la mente es tirado por caballos salvajes,
los que deben ser domados.”
Upanishads
Si
un hombre o una mujer desean verdaderamente dejar de ser esclavos de sus
pasiones cambiantes, solo tienen un arma en sus manos: la atención dirigida con
intención.
Ahora,
para intentarlo, es preciso que la atención se dirija a lo que ocurre a cada
momento y, al mismo tiempo, a los pensamientos, sentimientos, sensaciones y movimientos
que cada nuevo momento ocasiona. Es
decir, es necesario que aprenda a
dividir su atención entre lo que pasa afuera y lo que pasa adentro; a lo que
ofrece el presente y a los ‘yoes’ que se evocan como respuesta.
En
realidad no es tan extraño que esta observación suceda. Un ejemplo se ve cuando
dos hermanos reciben un reto de sus padres cuando se pelean. Ambos se justificarán expresando bastante
acertadamente lo que vieron y recuerdan del momento. Ambos dirán algo como: “¡El empezó primero y
yo me defendí…!” Y la discusión mostrará cómo cada uno recuerda bastante bien
lo ocurrido y su propio comportamiento.
Esto
es un evento que cualquiera puede recordar haberlo presenciado (o haber
participado activamente) y que demuestra que el hombre es capaz de observarse. Solo
que en ese caso que se pone de ejemplo sucede solo. Para que pueda serle de alguna
utilidad, debe ser intencional: uno tiene que estar dispuesto a hacerlo y,
sobre todo, a aceptar lo que vea. Este es el principio de cualquier trabajo
interior.
Lo
que ve quien lo intenta, es que internamente hay dos bandos: uno que trata de observar en silencio y otro que, como los
hermanos que se pelean intenta comentar lo que ve, justificarse, echar culpas
y, sobre todo… acabar con el experimento.
El
jinete polaco, Rembrandt, ca. 1655,
The Frick Collection, New York
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Pero
este segundo jinete nos muestra que no todos los caballos corren alocadamente
de acá para allá si se les sujetan las riendas.
“Cuando
la mente no cae en inactividad y no es distraídapor
los deseos, en verdad
se vuelve Brahamán.”
Upanishads
La
aparición de este jinete experto cambia el comportamiento del caballo, que ya
no puede hacer lo que le venga en gana. Ese es un segundo paso, y requiere
ayuda. Pero la ayuda jamás llega si uno no da el primer paso para tratar de
observarse, pues solo al hacerlo se ve la verdadera magnitud de la tarea por
delante, así como la magnitud de la recompensa.
Hugo F.
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