miércoles, 15 de enero de 2014

Las pasiones y la atención

Alegoría de la pasión, Hans Hollbein el joven, ca.  1532-35,
Getty Center LA, imagen del dominio público de WikimediaCommons


“No seas el jinete que galopa toda la noche y que nunca ve el caballo que está debajo de él.”
Rumi


En nuestro estado común somos controlados por las pasiones. En tanto cada momento nuevo traiga nuevos pensamientos, emociones y sensaciones según respondamos de modo automático al último estímulo externo o interno, no puede ser distinto. De manera que la alegoría de este primer jinete es muy exacta: el hombre es esclavo de sus pasiones.

Gurdjieff destaca que los centros de la maquinaria humana pueden trabajar sin atención, con atención atraída desde afuera o con atención dirigida intencionalmente desde adentro, lo que requiere esfuerzo y voluntad de concentración. 

Dado que un hombre casi siempre está ocupado haciendo cosas habituales como caminar, sentarse, pararse, hablar con otros de los mismos temas y en el mismo idioma, preparar las mismas comidas, no tiene, casi, oportunidades de que su vida le ofrezca, desde afuera, oportunidades de prestar atención a lo que hace en cada momento, ya que para todas esas tareas ya aprendidas tiene una parte que ya sabe cómo hacerlas sin atención. Si el lector duda de esto, piense solo qué significaría tener que planear cada paso de una caminata por la acera como si tuviera que atender como cuando debe cruzar una calle céntrica cuando las luces de tránsito no funcionan…

A veces, sin embargo, algo llama la atención del hombre (o la mujer) en el entorno que los rodea. La aparición repentina de una persona que le gusta, una noticia en los medios, un nuevo descubrimiento científico, el encuentro con un nuevo libro de un escritor favorito, una noticia deportiva y sus comentarios, y cualquier cosa poco habitual e inesperada que ocurra, activan la atención. Por supuesto, aunque en los ejemplos dados se sugieren emociones agradables implícitas en estos eventos, malas noticias o encuentros desagradables hacen lo mismo con el nivel de atención. Sin embargo, esta atención, cualquiera fuera su motivo, está sujeta a un impulso que tiende a agotarse pronto; generalmente, con la primera novedad de otro tipo que aparezca en el entorno.

Queda, entonces, solo la atención dirigida con intención. Si bien el cuarto camino no reconoce que el hombre común tenga  suficiente voluntad, tiene bastante capacidad para dirigir su atención al tema que le interese. Un ejemplo se ve en los esfuerzos sostenidos de un bebé por aprender a caminar, en los esfuerzos sostenidos de un niño por aprender a andar en bicicleta, en los esfuerzos de un joven por aprender materias que le resulten de interés, en los de un estudiante de danzas o arte por aprender a bailar, pintar, esculpir  o tocar un instrumento musical, en los de un científico para aprender su rama de la ciencia y hasta otras ciencias complementarias que le resulten necesarias para un proyecto que le interesa, y tantos otros ejemplos.

Es así que, como en la inmensa mayoría de las veces la vida brinda oportunidades sin esfuerzos para no prestar atención a lo que se hace, o bien para que sean los eventos externos los que reclamen la atención, se puede ver con claridad que la imagen del caballo sin arreos es muy adecuada para representar la situación más común de la humanidad.


“El carro de la mente es tirado por caballos salvajes,
 los que deben ser domados.”
Upanishads


Si un hombre o una mujer desean verdaderamente dejar de ser esclavos de sus pasiones cambiantes, solo tienen un arma en sus manos: la atención dirigida con intención.

Ahora, para intentarlo, es preciso que la atención se dirija a lo que ocurre a cada momento y, al mismo tiempo, a los pensamientos, sentimientos, sensaciones y movimientos que cada nuevo momento ocasiona.  Es decir,  es necesario que aprenda a dividir su atención entre lo que pasa afuera y lo que pasa adentro; a lo que ofrece el presente y a los ‘yoes’ que se evocan como respuesta.

En realidad no es tan extraño que esta observación suceda. Un ejemplo se ve cuando dos hermanos reciben un reto de sus padres cuando se pelean.  Ambos se justificarán expresando bastante acertadamente lo que vieron y recuerdan del momento. Ambos dirán algo como: “¡El empezó primero y yo me defendí…!” Y la discusión mostrará cómo cada uno recuerda bastante bien lo ocurrido y su propio comportamiento.

Esto es un evento que cualquiera puede recordar haberlo presenciado (o haber participado activamente) y que demuestra que el hombre es capaz de observarse. Solo que en ese caso que se pone de ejemplo sucede solo. Para que pueda serle de alguna utilidad, debe ser intencional: uno tiene que estar dispuesto a hacerlo y, sobre todo, a aceptar lo que vea. Este es el principio de cualquier trabajo interior.

Lo que ve quien lo intenta, es que internamente hay dos bandos: uno que trata  de observar en silencio y otro que, como los hermanos que se pelean intenta comentar lo que ve, justificarse, echar culpas y, sobre todo… acabar con el experimento.

El jinete polaco, Rembrandt, ca. 1655, 
The Frick Collection, New York

Pero este segundo jinete nos muestra que no todos los caballos corren alocadamente de acá para allá si se les sujetan las riendas.


“Cuando la mente no cae en inactividad y no es distraídapor los deseos, en verdad 
se vuelve Brahamán.”
Upanishads 



La aparición de este jinete experto cambia el comportamiento del caballo, que ya no puede hacer lo que le venga en gana. Ese es un segundo paso, y requiere ayuda. Pero la ayuda jamás llega si uno no da el primer paso para tratar de observarse, pues solo al hacerlo se ve la verdadera magnitud de la tarea por delante, así como la magnitud de la recompensa.

Hugo F. 





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