La transformación del sufrimiento
El
trabajo de purificar el corazón –al que los sufis llamaban pulir el espejo–
comienza con el esfuerzo de no expesar emociones negativas, sea externa o
internamente. En tanto les demos rienda suelta, es difícil observarlas y
hacerse libres de ellas. El punto crítico es este: no podemos transformar las
emociones negativas ni el sufrimiento mientras expresemos negatividad.
Esto va tanto en contra la naturaleza del quejoso ser inferior que los mismos esfuerzos por evitar la expresión pueden producir momentos de presencia. Al interrumpir el comportamiento básico del ser inferior, nos despertamos a nuestro ser.
Esto va tanto en contra la naturaleza del quejoso ser inferior que los mismos esfuerzos por evitar la expresión pueden producir momentos de presencia. Al interrumpir el comportamiento básico del ser inferior, nos despertamos a nuestro ser.
Transformar el
sufrimiento, a diferencia de rechazarlo, es un principio dador de vida.
Transformamos el
sufrimiento en presencia, en tanto que el ser inferior lo usa
para tener lástima
de sí mismo.
Robert
E. Burton
Todo
nuestro trabajo para no expresar negatividad, nuestros esfuerzos por liberarnos
de nuestros requisitos de la vida, nuestros intentos de sostenernos en el
presente divino, todo esto contribuye a crear un espacio interior para tomar
parte del sacramento más misterioso con respecto al sufrimiento: el sacramento de la aceptación. De hecho, la raíz y el significado
real del verbo sufrir en ingles es aguantar, en el sentido de “permitir que las cosas sean, facilitándoles
continuar sin obstáculos, aceptándolas sin calificarlas ni quejarse.”
(Girard Haven). Cristo presenta el
ejemplo supremo en la historia. Él no buscaba la copa, pero cuando llegó,
la aceptó y no culpó a nadie. Aceptar lo que nos sucede de todo corazón, sin
rechazos, lástima de sí mismo ni expresiones de negatividad, es el comienzo de
algo enteramente nuevo, de un nuevo ser, desde más allá de los límites del antiguo
ser, entrando paso a paso en el momento viviente.
¿Por qué no me pongo de rodillas más profundamente para aceptaros,
hermanas inconsolables y, rindiéndome, me pierdo en vuestros cabellos sueltos?
Rainer
Maria Rilke
El proceso de transformar el sufrimiento es
tan inusual, tan personal y tan sagrado que las palabras son inadecuadas para
describirlo. Pero podemos ofrecer algunos pensamientos sobre el proceso…
Desde un punto de vista práctico, debe notarse que el sufrimiento es un agente de fijación para cualquier actitud que sea suprema en nosotros durante la experiencia. Esto trae consigo un a seria responsabilidad. Todos conocemos ejemplos de sufrimientos de personas que resultan en la fijación de amargura, sarcasmo, desesperación y de la negatividad más profundamente atrincherada. Esto puede evitarse solo mediante elegir simplemente recordarse a sí mismo y transformar las emociones negativas en el estado de pesencia.
La transformación del sufrimiento no es asunto de apretar los dientes ni de nefasta resignación. La aceptación no es un proceso pasivo; es más bien una forma de actividad elevada que require nuestra energía y comprenión más refinadas, nuestra presencia plena y persistente. Los sufis tienen un término especial para esta aeptación –rida– una palabra no traducible que significa perfecta satisfacción con la Voluntad de Dios, un a aceptación activa, voluntaria y agradecida en la compensión de que lo que está ocurriendo no es un error o un injusticia sin significado, sino más bien un regalo que pretende ser para nuestro crecimiento.
¿A qué conduce esta transformación?
Transformado correctamente el sufrimiento
aumenta mucho la profundidad y duración de la presencia. Nos damos cuenta de
que el sufrimiento no es malo ni injusto, es decir que a veces es necesario y
un regalo dador de vida que nos abre a una visión de la vida purificada,
más creativa. La consciencia se expande
más allá de nuestra noción acostumbrada de quiénes somos. Surge una nueva
comprensión interior de nuestro lugar en el universo, acompañada por una genuina
humildad. Sentimos una creciente compasión por nosotros mismos y por los demás.
Una dulce suavidad y amabilidad entra en nuestra relación con la vida, un nuevo
sentimiento de unidad. Tras pruebas importantes de transformación, vemos el
mundo con ojos más amables y con menos juicios, como un niño que vaga
maravillado por los campos, sin expectativas ni requisitos, aceptando y
agradeciendo los momentos cuando estos llegan.
Ir más allá del aislamiento y la prisión que
el er inferior lucha por mantener, disolver los límites artificiales de nuestro
mundo: este es el principio de lo que los Sufis llaman aniquilación. No podemos
pasar por el ojo de la aguja y emerger en Dios con una maleta llena de emoiones
negativas y requisitos. El pequeño,
irreal, rígido, interminablemente infeliz ser inferior que juzga gradualmente
se disuelve y quedamos abiertos a las dimensiones místicas del ser.
Llegó el Amor y me vació del ser;
cada vena y cada poro
se hizo un contenedor para llenarse con la Amada.
De mí, solo quedó un nombre;
el resto eres tú, Amiga mía, mi Amada.
Abu Sa’id Abil-Kheir
cada vena y cada poro
se hizo un contenedor para llenarse con la Amada.
De mí, solo quedó un nombre;
el resto eres tú, Amiga mía, mi Amada.
Abu Sa’id Abil-Kheir
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