lunes, 17 de septiembre de 2012

Un diminuto instante inmenso en el vivir


Todos nosotros hemos experimentado fugazmente estados internos, percepciones sutiles que de alguna manera sentimos que están cargados de un hondo significado. Son momentos en los que el tiempo se estira y la realidad cotidiana parece transfigurarse. A veces vienen de repente, otras veces podemos crear las condiciones o preparar el terreno para que dichos estados puedan florecer.
    
Momentos simples de la amistad, el disfrutar del arte y del conocimiento, el abrazar la naturaleza, noches de magia y misterio, o mismo determinadas épocas del año pueden evocar en nosotros esos estados.
    
No tiene sentido decir si estos estados son internos o si vienen de lo externo: son ambas cosas a la vez y acaso ninguna a la vez. Estos estados son difíciles de clasificar y la mente ordinaria no los estima en su verdadera dimensión: la filosofía académica no enseña cómo buscarlos o le parece una idea muy simple como para justificar una cátedra, la ciencia los desprecia o trata de reducirlos a explicaciones mecanicistas, el arte trata de evocarlos y no siempre con los mejores resultados, mucha gente los deja pasar como si realmente no tuvieran importancia.
    
Lo reconozcamos o no, estos estados tienen un sabor lejano y especial y son lo más cercano que hemos experimentado a la felicidad. Todos hemos hecho diferentes cosas para revivir o recuperar al menos algo de estos momentos: guardar ciertas fragancias, visitar determinados lugares, escuchar una música particular sólo en ciertas circunstancias, practicar rituales, reiniciar una relación desgastada por el solo hecho de poder resucitar la plenitud de momentos pasados...
    
Estos estados, que a nosotros nos parecen ambiguos, raros o desconcertantes son el combustible con el cual trabaja el Círculo Interno de la Humanidad, y también tienen nombres muy bien definidos para los que practican ciertas disciplinas: satori, estar presente, recuerdo de sí, conciencia de sí, lo numinoso, estar despierto, hesiquía, vigilancia, etc.
    
Es durante estos estados de gracia cuando podemos conocernos a nosotros mismos y a los otros, siendo además la puerta a otras moradas superiores.
    
Es en éstos estados cuando podemos amar al prójimo como a nosotros mismos y cuando podemos percibir el mundo pleno de magia y misterio que nos rodea.
    
Está en nosotros el poder, la capacidad y la vocación de preparar el terreno y acondicionar nuestra máquina para ser canales receptivos capaces de experimentar estos esquivos manjares.
    
Son estos momentos los que justifican la vida y no otros.
    
La calidad de vida de un sujeto debería medirse en función de la sumatoria de estos momentos.


Adrián M.



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