miércoles, 18 de junio de 2014

ALIMENTOS PARA EL ALMA - Parte 1


Puesta de sol en el Aconcagua, expedición argentina,
uso educativo, gentileza de Pixabay.com























ALIMENTOS PARA EL ALMA – Parte 1



“La luz, el magnetismo y el sonido constituyen una clara jerarquía de energías características, respectivamente, de un sol, de un planeta y de la naturaleza. Y estas representan los medios por los cuales el primero nos provee la vida, el segundo la forma y la tercera las sensaciones.”  Rodney Collin, Las influencias celestiales



Gurdjieff y Ouspensky enseñaban que el hombre recibe alimentos de distinto tipo, procedentes, justamente, de distintos mundos:

De la naturaleza recibe lo que en el mundo se llama  “la comida,” que consiste en ingerir materias orgánicas procedentes de seres vivos, del reino vegetal y animal que, por supuesto, no permite que se ingieran sin tomar a cambio la vida que las animaba antes.

De la tierra que habita, por otra parte, recibe el agua que bebe, verdadera savia que alimenta toda la vida en el planeta, y  también el aire que respira.  Ninguna de las dos cosas nos requieren tomar la vida para utilizarlas como alimento.

Para el cuarto camino, el alimento y el agua conforman lo que se llama la primera clase de alimentos, sin cuya reposición no se puede vivir más que algunas horas sin el deseo físico de hacerlo, ni sobrevivir más que algunos días si no se satisface ese deseo.  El aire que se respira tiene un ritmo continuo: en tres segundos se respira y la capacidad de abstenerse de respirar  rara vez llega al minuto.

Estas dos clases de alimento se ingieren, se digieren y se eliminan sus restos inútiles de un modo que forma parte de la mecánica de funcionamiento de un cuerpo humano.  El espacio que queda libre para ejercitar algún tipo de voluntad es muy limitado.

Hay, sin embargo, una tercera clase de alimentos: las impresiones sensoriales.  Estas están allí de manera permanente, y no hay modo de evitar percibirlas, salvo que se decida no hacerlo por anticipado.  Porque si miramos algo, lindo o feo, lo vemos; si lo olemos, percibimos el aroma, si tocamos algo, sentimos su textura, etc.  Además, siempre hay una impresión posible.  Muy bien se podría decir que la vida consiste en la capacidad de percibir impresiones sensoriales. Y como la vida que conocemos sería imposible sin el sol, también las impresiones proceden de él. Además, una impresión sensorial ni siquiera destruye el objeto que nos las permite tener.

Sin entrar en la complicada estructura numérica de la tabla de hidrógenos que G. y O. enseñaran en la primera mitad del siglo pasado, allí se establece un principio de analogía que es el resumen de toda  la explicación: los hidrógenos o energías que nos alimentan son análogos al mundo interior que buscan estimular:

El alimento corporal sirve para permitir que la parte más mecánica del organismo, la que compartimos con todo el reino animal, descomponga lo ingerido para hacer llegar al sistema circulatorio los nutrientes para los distintos tejidos celulares.  Por supuesto que esto ocurre respetando la ley de octavas, por lo cual una vez hecho esto,  la digestión no podría continuar a menos que recibiera ayuda desde el exterior.

La naturaleza ha previsto esto, y es la respiración, alimento que busca desarrollarse en el cuerpo para producir combustible que permita las emociones, la que da esta ayuda.  Pero este nuevo alimento, procedente de la atmósfera de la tierra, también debe ser digerido.  En los pulmones se descompone en sus partes componentes y allí mismo, el oxígeno pasa a la sangre procedente del sistema digestivo para completar su enriquecimiento.  Con esto, todas las células, todas las funciones del organismo aseguran que la circulación, al continuar su marcha, pueda tanto recibir la clase de energía que precisa, como un vehículo para descargar los residuos de la digestión individual de cada célula para que los mismos corpúsculos sanguíneos lo lleven a las partes del organismo que se encargan de excretar estos residuos.

Pero como hemos dicho, las impresiones sensoriales  son una tercera clase de alimento.  Como tal, también deben digerirse si ingresan, eliminando sus residuos.  Pero allí, la naturaleza no ha provisto ningún dispositivo mecánico que ayude a su digestión.

Un paisaje natural, una artesanía, una pintura, una escultura, un música, una danza, cualquier sonido, sabor, impresión táctil,  aroma, un dolor, una sensación, nos agraden o nos desagraden, solo provocan una o varias respuestas automáticas, donde nuestra atención no actúa de manera intencional.  Cada centro responde al estímulo externo a su modo: huyendo del dolor, quejándose, comentando el evento, sintiendo agrado o rechazo.  Entonces, la digestión de esta impresión no ocurre.  Muchas veces, ni siquiera notamos la impresión, puesto que estamos ocupados “atendiendo otros asuntos,” por lo general imaginarios ya que no existen en el momento presente al que tenemos derecho a acceder.  Asuntos que por lo general se relacionan con hechos del pasado o el futuro (“Él me dijo…” “Le voy a decir…” etc.)

Quien sea capaz de observarse por un momento, verá que esto sucede.  Y con ello, que perdemos la oportunidad de absorber y digerir las impresiones que nos rodean. Esto merece mayor explicación, que será motivo de una segunda parte.  Sin embargo, la clave de esta futura explicación la da la enigmática cita que cierra este artículo:


“Si los cuerpos celulares son, en principio, libres en el mundo celular de la naturaleza y los cuerpos moleculares son libres en el mundo molecular de la tierra, por analogía los cuerpos electrónicos serían libres en el mundo electrónico.”
Rodney Collin, Teoría de la vida eterna

 
Continuará…

 Hugo F.




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